Porque todo nacemos únicos y pocos morimos especiales.
Un pasado en blanco y un futuro por dibujar.
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sábado, 17 de noviembre de 2012

Tarde y noche de viernes triste en el cine.

Yo estaba allí, sentada, rodeada de gente, en aquel viejo y minúsculo cine abarrotado en aquel estreno. Había ido sola, me sentía más sola de lo que nadie podría llegar a imaginarse. Tantas amistades y roces superfluos, pero habia ido sola, no estaba segura de si había sido del todo su decisión. Lo pensó durante algunos segundos. No prestaba demasiada atención a la pantalla. De vez en cuando algunas imágenes y sonidos como explosiones le devolvian a la película. Ahora vuelvo a casa y me sorprende recordar su argumento, pero estoy segura de que cuando la vuelva a ver encontraré algunas escenas totalmente desconocidas. No había estado pensando demasiado. Tan solo dejaba que, mientras comía algunas palomitas y chocolatinas, imágenes felices de su antigua relación, antigua, surcasen su mente, desordenasen los pedazos de corazón que aún permanecían bajo su pecho, y algunas preguntas que sabía me hacían daño. Creo haberme cruzado con alguien conocido, posiblemente de mi clase, irónicamente sospecho que le habré sonreído con simpatía mientras no recuerdo ni su nombre, ni su rostro, y puedo hacerme tan solo una ligera idea de su figura en el anochecer a través del cual camino. Puedo contener los sollozos así que decido que no voy a llorar en el trayecto, hace demasiado frío para ello. Recuerdo, no obstante, apretando los labios, cómo las lágrimas surcaban mis mejillas encogida en aquella butaca en aquel lugar familiar y oscuro hace menos de un par de horas, creo que nadié me vió. Es la primera vez en muchos meses que no cogo su mano en el cine, y como salida de un drama pesado, miro las mías, la derecha e izquierda, ahuecadas y vacías.

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