Porque todo nacemos únicos y pocos morimos especiales.
Un pasado en blanco y un futuro por dibujar.
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domingo, 4 de noviembre de 2012

Quietud y corriente.

Congelada en el tiempo, siento como mi cuerpo envejece, o aún está creciendo, ni siquiera puedo distinguirlo.
La vida pasa, y me roza en su avance, pero yo me quedo quieta, de pie, como en un espacio infinito y oscuro mientras veo como me roza esa vida, de vez en cuando me acaricia las mejillas, me alborota el pelo con su suave brisa y consigue levantar uno de mis brazos hacia delante. La percibo como un torbellino de colores, de olores, de sabores y sonidos, algunos me parecen música y en ocasiones escucho voces familiares, creo que me hablan pero yo no puedo prestar atención.
Estoy con la mirada perdida en la nada, es algo mágico. No sonrío, no lloro, no tengo expresión, nada me emociona. No voy de puntillas como se dice. Yo me quedo ahí, como encerrada en un cuerpo, encerrada en una mente, encerrada en mi persona, atada a mi propio corazón.
De vez en cuando me dejo llevar, permito que la corriente me meza hacia los lados, no estoy rígida. Pero eso siempre acaba igual, siempre termino tapándome el rostro con las manos. Nadie me ve y yo no veo a nadie, no lo necesito.
Dudo si sumergirme en lo que me rodea, dejarme caer sobre ello y que me arrastre aunque acabe en el suelo de algún lugar lejano. No me arriesgo, no quiero volver a caer. Con las yemas de mis dedos curiosos, siento el rápido pero armónico flujo de la vida, pero esto dura unos instantes.
Sigue surcando mis proximidades, me provoca, y no quiero negarme a ella, nunca la he despreciado, pero ¿cómo alguien puede no sentir interés por la vida? ¿Cómo alguien que lo ha sentido con tanto fervor?
No me importa la ropa que llevo, solo observo como vuela en torno a mi figura, como si me empujase hacia algo. La noto tan efímera sobre mi piel. No consigue ocultarme, esconderme bajo sus telas. La siento transparente e inútil. Estoy demasiado expuesta.
Parezco dormida, una joven taciturna que siente un gran peso sobre sí misma que no le permite avanzar. Pero se ha acostumbrado a esa presión sobre el pecho, sobre su alma, de modo que permanece en su sitio, lejos del país donde ya no se le concede la entrada, lejos del lugar que ya no existe, lejos del amor.

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