Comprende que ya no puedo ser tu flotador, ese colchón en el que lloras cada vez que sientes que tu corazón se rompe. Yo el mío lo tengo roto desde el momento en el que descubrí que siempre serías importante, y no te lo digo. Decidí desde entonces, no sin gran esfuerzo, que me alegraría de tu felicidad aunque no pudiese ser partícipe de ella. Que escucharía tus pesares aún no siendo la causa. Que te apoyaría. Que estaría aquí. Que sería una persona digna de ti, que merecería todos los momentos que me dedicases y de los que me acordaré durante largo tiempo. Supongo que las promesas no siempre de cumplen, excepto cuando de ellas depende mi propia felicidad.