Porque todo nacemos únicos y pocos morimos especiales.
Un pasado en blanco y un futuro por dibujar.
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lunes, 9 de mayo de 2011

Semana Santa.

Devota del Nazareno desde que era niña, cuando su madre le rogaba que permaneciese en silencio durante toda la procesión de modo que no se oyesen más que los suspiros de los costaleros, los leves chispidos de las velas, poco a poco, consumiéndose dentro de sus adornados farolillos y aquel redoble de tambor acompañado de la nostálgica trompeta, no había olvidado nunca el compromiso que cada año le unía a él.
Sin embargo, con este se cumpliría el cuarto en el que Sofía tendría que observarlo desde el televisor de su casa, sentada en su vieja mecedora de la mano de su hija enferma. Aun siendo de esta manera, rezaba todos los dias a la imagen para que pudiese curarse, consciente de la particularidad de los milagros. Las gentes del pueblo le preguntaban por el estado de su pequeña y, a pesar de sonreír timidamente llena de tristeza, y que el dolor de ésta fuese en ocasiones soportable e, incluso, un hecho con el que se había acostumbrado a vivir, el tiempo no hizo que la joven mejorase.
Abatida por la resignación y tras una larga época de episodios que habían puesto, el frágil hilo de oro de su hija más cerca que nunca de las afiladas tijeras de la muerte, decide llevar a cabo un pequeño sacrifio más con la remota esperanza de que, por fin, se cumpliese su deseo.
Ese 20 de abril salió de su hogar con la cabeza baja y un rosario tembloroso entre sus dedos mientras sus pies caminaron descalzos. Las personas que a su lado pasaban la miraron con extrañeza murmurando sobre las posibles razones por las que había decidido no portar zapatos aquella noche. El suelo estaba frío, sucio y era pedregoso, pero nadie la oyó quejarse cuando caminaba a paso lento bajo el orvallo agotador que podía camuflar las lágrimas que por sus mejillas resbalaban.
Y, aunque tras tanto tiempo suplicando al cielo y tras tantísimas horas infinitas en hospitales en manos de los médicos aquello que ocurrió se le antojaba un sueño, su pequeña comenzó a recobrar fuerzas, a bajar su fiebre y a latir su corazón.
Sabe que no le creerán si ofrece esta explicación, pero sabe también que el Nazareno le ha escuchado y liberado del martirio de su cruz que ahora él carga hacia la capilla.

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